El día 3 de Marzo, como cada primer viernes de Marzo, se llevará a cabo la Celebración al Señor de la Conquista, una de las tradiciones de mayor arraigo en la ciudad, que une la religión católica con las tradiciones prehispánicas, y que a pesar de los años se sigue preservando, en un ritual lleno de misticismo, color, adoración y lazos entre el principio del cielo y Dios.
Éste 23 de Febrero comienza el novenario que nos acerca a la celebración centenaria.
Te presentamos la crónica e historia de la celebración, relato de José Luis Felipe Rodríguez Palacios, cronista de San Miguel:
El primer viernes de marzo en nuestra ciudad se realiza una celebración muy importante. En la Capilla del Señor de la Conquista se reúne el pueblo sanmiguelenses para cumplir con una tradición centenaria: el rezo de los 33 credos; uno por cada año de la vida de Jesús y en cada uno de ellos la ratificación de la fe que fue sembrada en los corazones de sus ancestros.
En el año de 1574 los padres Fray Francisco Doncel y Fray Pedro de Burgos iban camino a la misión franciscana de San Felipe en donde el primero era el venerable padre guardián quien, al pasar por el convento de Celaya fue acompañado por el padre Burgos quien, pese a su ancianidad, deseaba contribuir con su esfuerzo a la conquista de los infieles. Al pasar por un arroyo pedregoso que hay en el portezuelo llamado entonces Chamacuero, fueron emboscados por un grupo de indios chichimecas y, no obstante a que eran escoltados por algunos soldados, al ser sorprendidos por los alaridos de los atacantes los guardias huyeron abandonando a los frailes quienes al verse sin abrigo, se abrazaron a dos grandes cristos que llevaban pereciendo de rodillas al ser flechados por los indios. Esto fue narrado por un escolta quien logró escapar herido y llegó en pos de auxilio a la villa de San Miguel donde murió.
Salieron los vecinos al saber la noticia y, encabezados por las autoridades civiles y por el Beneficiado (cura párroco), recogieron los despojos de los mártires y los trasladaron a la población en fúnebre procesión, enarbolando un cristo el Beneficiado y otro el que era el Justicia Mayor para dar cristiana sepultura a los venerables cadáveres. Sus restos descansan en el templo de San Rafael hoy conocido la Santa Escuela y antes como la parroquia vieja. Por esta razón uno de los cristos se quedó en nuestra ciudad y el otro está en la Parroquia de San Felipe. Éste, conocido como el “Santo Cristo de la Vera Cruz”, después el “Señor de las Batallas” y actualmente “Señor de la Conquista” y el segundo “Señor de la Conquista” y se festeja el 6 de agosto.
Hay varias tradiciones que no tienen sustento:
Que las imágenes fueron un regalo del emperador Carlos V a las villas de San Miguel y San Felipe. Ella no puede ser cierta puesto que el padre Fray Pedro de Burgos sale del convento de Celaya y éste fue fundado en 1573 y, por otra parte, Carlos V muere en 1558, además: los títulos de Villas fueron concedidos, a San Miguel en 1559 y a San Felipe en 1562.
Que la imagen original era más pequeña y no es la que está en su capilla de la Parroquia de San Miguel. Las versiones de los cronistas de aquella época coinciden en que los frailes portaban sendos cristos grandes y en ningún momento se presta para pensar que uno fuera más pequeño y ambas imágenes (la de San Miguel y la de San Felipe) son similares en tamaño y labor, por lo que se infiere que fueron elaboradas seguramente en el mismo taller de Pátzcuaro de don Matías de la Cerda, escultor de origen vasco quien enseñó la técnica a las indígenas purépechas, hoy perdida. La tradición del Señor de la Conquista de San Felipe coincide en todo a la sanmiguelense.
El Señor de la Conquista está considerado entre las más importantes esculturas elaboradas con el procedimiento de aglutinar corazón de caña de maíz con bulbos de orquídeas silvestres. Don José Cornelio López Espinosa afirma que quedan algunos ejemplares de Cristos de caña con epidermis de tela, quizá el más notable es el que se conserva en el templo de San Francisco de Tlaxcala, aunque no desmerece frente a éste el llamado Señor de la Conquista de San Miguel de Allende.
El propósito principal para utilizar este tipo de procedimiento en las imágenes religiosas era disminuir el peso durante las procesiones y cita así a Fray Jerónimo de Mendieta: “llevan a España los crucifijos de caña que, siendo de la corpulencia de un hombre muy grande, pesan tan poco que los puede llevar un niño; tan perfectos y devotos que hechos como dicen no pueden ser más acabados”.
Fray Alonso de la Rea explica un poco más su elaboración y sus autores: “Los tarascos son los que dieron al cuerpo de Cristo la más viva representación que hayan visto los mortales, y si no díganlo las hechuras de los Cerdas (escultores) quienes cogen la caña de maíz y le sacan el corazón moliéndolo se hace una pasta de engrudo que ellos llaman tachinguen. Tan excelente es que hacen de ella las más primorosas figuras de Cristos en Michoacán.
Fray Francisco de Ajofrín relata en 1764 que “en la misma Parroquia hay al lado del Evangelio una capilla y en ella se venera un Crucifijo con el nombre de Las Batallas y es la tradición que lo trajeron… aquellos primeros padres franciscanos que plantaron la fe de Jesucristo en toda la provincia de Michoacán”.
Esta es una celebración típicamente indígena en la que se acostumbra hacer velación, danzas y música. Uno de ellos, entrevistado por don José Félix Zavala, nos participa su sentir: “cuando escucho tocar una danza, me olvido de todo y recuerdo sólo lo mío. Todo lo demás se viene abajo. A mí me gusta ejecutar todas las danzas y pido a gritos al tamborero que toque Sol o Fuego, espero el ritmo, marco mi cuadro de danza hacia los cuatro puntos cardinales, me imagino que estoy danzando con gente de aquellos tiempos y no me fijo más en los espectadores.
Para los danzantes el cielo comienza en la planta de los pies. La danza es movimiento, un puente entre el tiempo y el espacio. Al grito de “Él es Dios”, los círculos de danza chichimeca, desde sus respectivos adoratorios, después de haber oído “La Palabra”, comienzan a ensayar la danza actitud que, inicialmente se pensó impecable, para la cual hay que someterse con absoluta obediencia a la guía de la jerarquía, responsable del grupo, a preparar el espíritu de los instrumentos y los trajes para el gran acontecimiento.
“Yo creo en las fuerzas cósmicas y conozco en la influencia de la luna, las utilizo para hacer nuestros instrumentos, así no se acaban pronto. También uso a la luna tierna para la caza y apareamiento de los animales, a la cucharilla para alejar los malos vientos, todo en el espíritu de los abuelos, son secretos transmitidos generacionalmente. La danza de los concheros es sagrada y el logro máximo del danzante es obtener el éxtasis que propicia la manifestación de la divinidad por medio de él.
La sobrevivencia de esta manifestación religiosa es un fenómeno especial, sui generis, que ha llegado a nuestros días gracias a la visión de los antiguos danzantes, quienes supieron readaptarla formalmente al catolicismo, tomando los elementos que les fueron comunes, cambiando el nombre de las antiguas divinidades y la letra de los cantos pero tratando siempre de mantener las etapas del ritual y sus objetivos, dice Ma. de los Ángeles González, investigadora que da como cierto que el origen de estos grupos está en esta región. Integran esta hermandad los concheros de Guanajuato, Tlaxcala, México Tenochtitlan y Querétaro, está sellada por rasgos de compadrazgo ritual que obliga a sus miembros a una relación de recíproco respeto y solidaridad, independiente del rango jerárquico del danzante. “Soy portador de la danza misma”, dicen.
Don Félix Luna comenta: “La danza que se ejecuta en esta ocasión y que es característica de San Miguel es la danza de concheros cuyo origen se remonta al siglo XVIII. Respecto a su vestimenta existe una antigua representación gráfica de los cuatro capitanes fundadores de San Miguel, en la que se observa la transformación de su vestuario: de casi desnudos en la primera representación, a cuando, ya evangelizados, se los ve con su nagüilla, prenda que originalmente para bailar.
Respecto al nombre de concheros, su historia es la siguiente: se sabe que en la época colonial los frailes enseñaron a los indígenas a usar los instrumentos musicales y estos posteriormente buscaron la forma de construirla con sus propios medios. Así fue que idearon aprovechar como caja de resonancia la concha del armadillo -animal que utilizaban como alimento y medicina- a la que le pusieron diapasón y con tripas de animal, a modo de cuerdas, tuvieron su instrumento. El uso de la concha como instrumento musical originario de esta región y se difundió solamente entre los indígenas. La concha también acompaña a las alabanzas que se cantan en las velaciones.
En otros tiempos se celebraba al Señor de la Conquista con yuntas adornadas para tal propósito. También se acostumbraban las mayordomías, que en ocasión de esta fiesta eran dos, las de yunteros y la de paranderos. Los encargados debían poner las yuntas y los parandes; al finalizar cada fiesta, se hacía el cambio de mayordomos, que eran las personas encargadas de preparar organizar y vigilar todos los aspectos relacionados con la fiesta.
Don Félix, siempre trató de rescatar las tradiciones y costumbres que, por el paso de los años, la economía y el fallecimiento de los practicantes de ellas se fueron perdiendo, agrega: sólo faltaban los parandes, para lo que pidieron apoyo entre las amistades. Ya casi nadie se acordaba de esta tradición pues hacía 60 ó 70 años que no se practicaba. El compromiso era rescatar una tradición, una ofrenda que se hacía probablemente desde antes de la conquista española y que originalmente fue elaborada de maíz o de alguna otra semilla. Después de la conquista vino el trigo y la elaboración de pan, y entonces se empezó a utilizar de esta forma.
El parande se conoce de varios nombres pero su significado se desconoce probablemente la palabra venga de pan. Por el rumbo de Acámbaro y Michoacán los llaman “merendes”, tal vez por merienda. La costumbre era que quien aceptaba recibir un parande, el siguiente año lo tenía que reponer con las mismas piezas o poner más si quería, así como cooperar con cierta cantidad proporcional de dinero para pagar la misa mayor de los paranderos.
Nuestra ciudad ha sido reconocida como Patrimonio Cultural de la Humanidad y debe procurarse que este tipo de costumbres y tradiciones no mueran; pero, independientemente de lo que opinen los turistas y/o autoridades en turno, luchemos porque nuestros hijos conozcan aprecien y defiendan lo nuestro y esto, es parte de nuestra identidad.

